lunes, 14 de enero de 2019

AGUAORA DE CAFÉ

Nuestra mediaticamente maltrecha Madrugá, es sin duda toda una prueba de resistencia. Es físicamente muy dura.

Quizás el momento más duro es el tránsito al amanecer, sobre todo en esas Semana Santas húmedamente frías, donde Sevilla recuerda a una Venecia sin canales, pero por dónde rezuma el agua como su sus paredes y adoquinados fueran las de un búcaro.

Pues bien, la acción de nuestra anécdota (absolutamente verídica, como decía nuestro recordado Paco Gandía), sucede en una Madrugada , muy fría, muy húmeda, donde los rostros de los hombres y mujeres se quedan como demacrados, al despuntar la mañana.

Al ser absolutamente real, no voy a dar muchas pistas, digamos que en una época indeterminada de mitad del siglo pasado, un capataz de uno de los pasos no de palio y de una hermandad no enlutada, iba con su ardua labor ya llegando al barrio donde tenia su sede la cofradía.
El susodicho capataz, como toda su familia, era de la colación, siendo muy conocido y en una de las arría del paso, vio a una vecina y amiga que contemplaba desde el balcón del principal de su casa, el transcurrir de la cofradía. Al verlo, no dudo a voz en grito decirle lo siguiente:

- ¡¡ Hijo, malita cara trae !!

Apiadándose de su maltrecho aspecto, y de como el frío de toda una noche se reflejaba en su cara continuó:

- ¿ Te bajo ligera un cafelito ?

 El sufrido hombre , no lo dudo un instante y asintió con la cabeza, a la vez que con las manos le rogaba que se diera la mayor prisa posible.

En un tiempo record, apareció entre la multitud, la sonriente señora llevando en una mano un termo de café y un vaso de plástico, se lo sirvió , comunicándole que se podría quedar con el vaso, para que se lo tomara tranquilamente. -

El capataz se echó a un lado, dejando el mando del paso a su segundo y como estaba helado de frío se tiró el café a pecho, sin reparar que el café estaba hirviendo, quemándose la lengua y con la boca ardiendo.

La señora que a la misma velocidad había regresado a su balcón, le hizo un gesto interrogándole si le había sentado bien. El quemado capataz, cuando recuperó el habla, a duras penas le exclamó:

- " ¡ MI ARMA... QUE BUENO TE HA SALÍO EL TERMO !"


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