domingo, 8 de marzo de 2015

ANTONIO HIERRO, UN CAPATAZ CON SABIDURÍA

Libro: ¡Venga de Frente! 2ª edición.
Autor: Juan María Gallardo
Editorial: Abec editores.

Siempre se respiró en su casa un ambiente de costaleros, pues su padre, el conocido costalero de los Ariza, Hierro, que posteriormente también trabajó con Rojas y "El Moreno" hasta comienzo de los ochenta, época en la que se retiró con unos 55 años aproximadamente, era un enamorado de todo lo que envuelve al mundo del costal. Jamás le habló a su hijo de malos ratos ni penalidades bajo los pasos, sino todo lo contrario. De ahí la temprana afición de quien ahora nos ocupa.

Antonio Hierro comienza a salir de costalero en 1975 en el Cristo del Amor, que es por entonces mandando por los Ariza. Al año siguiente, repite con este paso ya a las órdenes de Luis León, y le ofrece la posibilidad de hacer la "corría" entera con "El Moreno", aunque declina el ofrecimiento quedándose sólo en El Amor, La Candelaria y San Isidoro donde en 1977 y debido a un inoportuno accidente de moto y cuyas lesiones provocadas le impiden seguir debajo, pasa a ser capataz con 18 años.
En sus primeros años él salía sólo delante, sin ayuda de segundo y con solo un contraguía. Nunca se le había pasado por la cabeza salir de capataz, pero llegado el caso, decidió tirar hacia delante. Nunca ha sacado otro paso distinto al del Cristo de las Tres Caídas, pues su máxima es "Un paso un problema, dos pasos dos problemas" y aunque ha tenido ofertas, ha preferido quedarse sólo con el que dirige desde sus inicios.
En cuanto a las diferencias que observa entre los costaleros profesionales y los hermanos, Antonio lo primero que ve en la actualidad es la falta de sacrificio, debido sobre todo a la masificación de las cuadrillas. Tan es así, que considera que si hoy se comenzaran a sacar de nuevo los pasos sin relevos, no llegarían más de cuatro a la Catedral. Según comenta Antonio, los ensayos de hoy son insuficientes, en relación a lo de antes, aunque sí sirven para las necesidades actuales.

(Lista de costaleros de la cuadrilla de Hermanos del Stmo Cristo de las Tres Caídas de San Isidoro donde se detalla un solo capataz y un solo contraguía)

Antonio recuerda como en la Candelaria salían a las diez de la noche y volvían a las cuatro, cinco de la mañana, con más kilos que el Martes Santo y sin relevos. Añora el magnifico ambiente que encontró en el paso de palio de San Nicolás, donde había gente con mucha afición , coincidiendo en esta opinión con Ramón Castro. No en vano muchos de ellos, después se convirtieron en capataces de cofradías. (Alejandro Ollero, Paco Aznair, Villanueva, Ramón Castro, Ismael Vargas, Juan Antonio Guillén, el propio Hierro...)
A nivel particular, según comenta este capataz, haciendo hincapié en que su opinión está basada en experiencias propias, y sobre todo, en lo vivido en San Isidoro, la preparación del costalero es nula, debido mayoritariamente a la falta de enseñanza por parte de muchos capataces e incluso por culpa de los costaleros , los cuales aun viendo al que no va bien, prefieren eludirlo y no corregirle en ese momento, hablando después por detrás. Los esfuerzos derramados en tiempos anteriores así como el apoyo que existía entre aquellos hombres , hacía que estuviesen mucho más unidos que los de ahora, dándose actualmente casos de peones que trabajan juntos en el mismo paso y ni siquiera se conocen, algo que él intenta evitar en la cuadrilla que comanda. 

Antonio Hierro piensa que es bueno que las hermandades confíen en gente de la casa para que trabajen con más gente de la misma debajo de las trabajaderas . Para ello deben dejar de ver a los costaleros como grupos de presión. Llegada la situación de que una cofradía no tuviese nadie capacitado para hacerse cargo del paso, se debería traer alguien de fuera que formase a algún aficionado de la Hermandad. , a sabiendas, de que en realidad no hay tantas personas que estén dispuestas a hacerse cargo de los pasos. Antonio considera que incluso la manera de trabajar los pasos se está desvirtuando, pues en algo tan fundamental como dar vueltas, se están dando casi al cien por cien desde la trasera, perdiéndose por tanto el trabajo de los pateros de las delanteras. 

Por otra parte, Hierro comenta sentirse más costalero que capataz, llegando a darse la circunstancia de que tras muchos años retirado de la trabajadera volvió a colocarse el costal e el Santo Entierro Grande de 1992, escuchando la petición de Luis León para  volver a sacar el Cristo del Amor. Considera como pieza clave para el trabajo del costalero, el compañerismo, la fraternidad, y el cariño que existían en sus inicios como costalero. 

Cristo del Amor en el Santo Entierro Grande de 1992.
Antonio piensa que mientras haya retransmisiones televisivas de la Semana Santa, no faltarán costaleros que saquen los pasos por gusto, esto es, sin dinero de por medio, pues según él, el ser humano es protagonista por antonomasia y en esta época de la comunicación, todavía más. En cambio, opina que entre los capataces la situación es distinta, pues ya hay algunos que ven remunerado su trabajo. Su visión de futuro, pasa por ver capataces profesionalizados y costaleros que sean hermanos por obligación y que realmente no conozcan casi nada de la Hermandad. 
Este capataz no tiene fecha prevista para su retirada, dice que "El Señor lo puso y el Señor lo quitará"  y nos repite que nunca pensó que sería capataz, pero que estuvo en el sitio justo en el momento oportuno. 

LAS MANIGUETAS

Nos hace conocedores Hierro de los que ocurrió en el año 1981, y de como sin que estuviese previsto, a partir de ese año, la entrada del paso de Cristo es distinta a las anteriores. Este margen de improvisación engrandece, sin duda, nuestra Semana Santa.
De vuelta por la calle Francos, comienza a llover y se apresuran los andares en buscan de la Parroquia. El clásico nerviosismo que aparece en estos casos, acelera las acciones y en cierta medida desmantelada los preparativos y lo dispuesto. Lo que decide alguien, es anulado por una orden posterior. Es frecuente que se den improvisaciones y se tomen decisiones no previstas, que una vez analizadas en frío demuestren si fueron apropiadas o no.

Ese paso, debido a la estrechez de la calle y del dintel de la puerta, precisaba el desembalaje de las maniguetas, pero no de las cuatro, sino solo de dos. En la situación de rapidez por la inclemencia meteorológica , el equipo de priostes, se equivoca y desmonta las maniguetas que no son. Una vez dentro del paso, Antonio se da cuenta de que se han quitado las que no eran, no retirándose las que se suponía que estorbaban. Cuando avisa a la Junta de Gobierno de lo que ha ocurrido , quedan todos impresionados por la facilidad que el paso ha entrado, a pesar de llevar las maniguetas que se suponían estorbaban. Con sentido común , deciden que en lo sucesivo, el paso saldrá y entrará con las cuatro puestas. 

  
A.Hierro con 18 años frente al paso de San Isidoro
LAS VOCES 

Antonio, sufrió duras críticas de ciertas personas que decían que vociferaba en exceso delante del paso que dirige, que como sabemos, es de respetuoso silencio. Para demostrar que no era cierto y tampoco necesario , un año, desde la misma calle Placentines y sin previo aviso, dejó de mandar con la voz , salvo el mando inicial de "¡Venga de frente! . Cuando el paso tenía que hacer un movimiento de derecha o izquierda, él se dirigía hacia ese lugar. Los costaleros que no estaban avisados de ello, tuvieron que agudizar el ingenio y ante el asombro de propios y extraños, desde la tercera un hombre de su confianza fue el que cayó en la cuenta le dijo a los pateros de la primera que siguieran sus pasos. Esta situación no pudo darse hasta la entrada, pues según Antonio el público empezó a estar más pendiente de ese hecho que del propio discurrir del Nazareno caído, y como entiende que nada debe jamás empañar el protagonismo a quien lo tiene, volvió a los mandos tradicionales.
Quedó patente no obstante, que no es necesario dar voces, llamar la atención más que a los costaleros y que es de vital importancia la compenetración entre el capataz y la gente de abajo. 



LA AFICIÓN

Como antes dijimos, jamás le contó su padre un mal trago de un paso. Nunca había momentos malos, pues en aquellos años no sólo se trabajaba por dinero, como se puede pensar, pues además de los favores que se ganaba con salir de costalero, del tipo de consultas médicas, de fármacos y tarea de otras actividades para el resto del año, había un componente de fe, de alto porcentaje. Esto provocaba, que la retirada de algún miembro de la cuadrilla durante el recorrido, era contado como una heroicidad para los que se quedaban, y no como un sobreesfuerzo por parte de su padre.

Hasta ese punto llegaba la afición de aquel hombre, que hasta sus últimos días soñó con sus momentos de gloria a las ordenes de los Ariza, a los que adoraba hasta el extremo. Ya enfermo en su casa de las afueras de Sevilla, Hierro recobraba salud, cada vez que recibía la visita de alguien de las cofradías. Más bien de los pasos. Era como una inyección de esperanza y vitalidad. Rafael Ariza, que lo sabía y también apreciaba al costalero, iba a verlo de vez en cuando. A pesar de haber vivido todo tipo de avatares en su existencia, en su mente estaban sus años de mayor alegría y gozo: los del costal. Hasta sus últimos días, vivió con esa ilusión. Así, era imposible que se hundiese un paso o se quedara en la calle.  

EL COSTALERO SIN EXPERIENCIA 

Hubo un año que para cubrir una baja de la última trabajadera , un costalero del Cristo de las Tres Caídas de San Isidoro, trajo a un amigo que llevaba años sacando otros pasos.  Recomendado por un miembro de la cuadrilla y como igualaba y se le suponía experiencia, se le dejó margen de libertad para el trabajo. Se metió, y al momento un contraguía, observando la manera de colocarse y realizar las posturas del trabajo, se vio en la obligación de avisar al primer capataz. El auxiliar advirtió a Antonio, que aquel hombre metía riñones de manera poco ortodoxa. Extrañado, dejó el martillo al segundo y se acercó por la trasera, con sigilo , para ver como se metía. Sin avisar, comprobó con sus propios ojos, que el nuevo no sabía levantar ni marcar los tiempos. Paró el ensayo, y tras preguntar al costalero, éste le confesó no haber recibido nunca enseñanza para hacerlo. No sabía ni siquiera, que eso se llamaba "meter riñones". Llevaba casi diez años sacando pasos en Sevilla y adolecía de las nociones mínimas... 

Antonio Hierro entre su padre, su segundo y el Hno Mayor  de la época.
He aquí una muestra de que a pesar de salir de costalero, hay ocasiones en que bien por falta de interés del afectado, por desidia de los compañeros , por poca atención del capataz o por un poco de cada cosa, debajo de los pasos, se siguen encontrado sorpresas impropias. Hay que estar muy pendientes del trabajo, porque efectuando los movimientos de manera anómala, se pueden provocar lesiones o daños en la salud propia o a los demás. 

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